domingo, 13 de mayo de 2012

Hermanos



Sábado de sol primaveral afuera. Voy y vengo en este castigo ingrato de limpiar la casa, como si fuera una penitencia semanal que los dioses han dejado.
Escucho un par de niños gritar. Me distraigo al verlos por la ventana en el patio de enfrente, corretearse alrededor de una casita de madera.
Están solos.
Me ataca la nostalgia de algo que no logro descifrar.
El más pequeño corre veloz mientras el mayor, que no pasa de los cinco años, intenta alcanzarlo. El sol golpea sobre sus rulos dorados generando ese halo de eternidad. Tal vez, sea ese el origen de este sentimiento, que me tiene expectante contra el vidrio.
En un tropezón traicionero, el menor cae, es atrapado y metido violentamente debajo de la casita. Entre llantos y golpes esta siendo enterrado, mientras la madre llega corriendo desde la cocina.
Desesperada toma al mayor por el brazo, alejándolo, arrancándolo y rescata a la desconsolada víctima que genera diluvios de lágrimas y sirenas de angustia.
¿Qué están haciendo? grita ella mirando al mayor. El niño intenta una sonrisa sin justificativo, dejando pasar el momento.
Me aparto de la ventana corriendo la cortina a mis espaldas.
Conozco la respuesta. Sólo juegan a Abel y Caín.
También tuve  un hermano.

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