miércoles, 28 de enero de 2009

Hoy seguro escribo


Ahora sí que voy a escribir.
Con el estómago lleno de buena comida, me va a salir algo que valga la pena leer. La intención es la mejor, me siento a la máquina y dudo. Prendo un cigarrillo para inspirarme con el humo de los dioses, y nada me pasa por la cabeza.
Me voy a la cocina buscando un café, y de gorda nomás, le pongo crema. Vuelvo a la escritura, mientras recuerdo que tengo algo de chocolate guardado en la heladera.
Todo sirve, me digo, para lograr un cuento o un relato.
Como quien hace fuerza con la mente, recorro historias y sentimientos en busca de uno que tenga la fuerza necesaria. Me acata otra vez la sed, saboreo en mi boca buscando eso que la calmará, y descubro que quiero de jugo de naranja. La cocina debería quedar más cerca en estos casos.
Por fin me vuelvo a sentar frente al monitor, previendo otros ataques, con una provisión de chicles, cigarrillos, algo de chocolate y el vaso de jugo fresco.

Miro la hoja virtual en blanco…
Me está faltando música, abro mis archivos preferidos. Pongo algo que me gusta, pero lo saco rápidamente para evitar una segura distracción. Elijo durante media hora temas como si fuera discjockey en un malón adolescente. Se me empiezan a mezclar los recuerdos. Mejor será esa radio que pasa música sin comentarios.

La página sigue sin palabras.
Miro en teclado con fuerzas y descubro que mis uñas están desparejas. Traigo una lima, y emprendo la tarea. Sí, la de embellecerme las manos.
A esto le sigue buscar el esmalte, pintarme con delicadeza y soplar un buen rato para que se sequen. Extiendo mis manos al frente. Este color me queda bonito (pienso en la palabra “bonito” y recuerdo que ningún buen escritor la pondría en su literatura por miedo a ser acusado de ser infantil o improvisado. No saben lo que se pierden, es una palabra simple y cálida en mi recuerdo como la primera pisada de la alegría.)

La literatura me espera. Enderezo la espalda para mejorar la postura. Tomo los anteojos que descansan la vista y evitan el reflejo. Me concentro respirando lento y profundo.
Un sahumerio le faltaría a la habitación para sentirme mejor, un aroma que me de tranquilidad.
Porque es la tranquilidad la que me está faltando.
Repaso todo lo que me quedó pendiente del día laboral. Mañana voy a solucionar eso que no pude terminar hoy. Recuerdo charlas, gestos y situaciones en busca de errores, malentendidos o conspiraciones latentes.

Suena el teléfono y escucho una oferta de la empresa que me quiere engatusar para que gaste más dinero en ellos. No se cómo pero me pongo a retrucarle, uno a uno todos los argumentos.
La telemarketer se cansa y se despide malhumorada. Gané otra batalla. ¿La gané?
Me cuestiono la energía que pierdo en estas guerras contra el sistema.
Me doy cuenta que ya no voy a poder escribir lo que quería. Me han sacado de mi centro con esas pavadas, y mi inspiración se fugó.
Cierro el programa de escritura, tomo el vaso de jugo, abro el solitario y me pongo a jugar.

Seguro que mañana, me sale algo mejor…